Ayer, ya muy entrada la noche y desconfigurando mi horario completo, salía de ver Dragon Ball Evoluction -no se la recomiendo a los fans de Gokú- y durante el ascenso por las gradas de madera me topé con un anuncio de letras diminutas que mis miopes ojos no podrían haber visualizado de no haber sido porque no olvidé llevar mis lentes. Era blanco, rectangular y en tímidas letras negras rezaba algo así como «Prohibido el ingreso de menores a partir de las 11». Tan simpático y hasta cómico me pareció leer tal cosa, que de plano le pregunté a uno de los guardias si estos tíos de Larcomar iban en serio o estaban tratando de hacernos una broma a todos.
A lo que me respondió con un «sí maestro, pero los chibolos traen la plata». Yo no me ufano de ser un no-chibolo, pero ese cartel me pareció demasiado fresco.
Eran ya las 10:45 en el camino a pie de regreso a mi casa y le seguía dando vueltas al asunto. Para haber sido un día de semana pude observar, como tantas otras veces, la larga cola de chicas esmeradamente arregladas, con tacones, peinados extravagantes y medio cuerpo al aire, esperando con sus respectivos galanes, que muchas veces su sacolarguezca personalidad es proporcional a los portentos de su flaquita. Debo admitir que he visto este plan un sinfín de veces y no me canso de hacerlo. Primero, porque puedo ser expectador de cuando el piso está húmedo por la bruma y alguna desventurada, por ir tan apurada y tratando de llevar el paso de modelo, se pega una resbalada y medio lugar termina riéndose de ella, no por malvados, sino por una especie de envidia como diciendo «eso te pasa por rica». También he sido partícipe de esta burla, pero luego siento pena por el saco largo de su novio porque es el único que se atreve a socorrerla como un buen pisado. Ah, eso sí, nosotros tampoco nos quedamos atrás pues cuando estamos solos, o «en busca de» o simplemente vamos a «hacernos una flaca», terminamos en un apelotonamiento gigante. Funciona así, como si fuéramos unos imanes que se atraen los unos a los otros y pareciera que la prerrogativa fuera que mientras más grande sea la mancha, y más ruido haga, mejor.
Ya, bueno, tanta descripción de los hechos hace que me caiga de risa. Incluso hubo cierta vez en que vino Bush, por el famosísimo APEC, y cerraron las calles circundantes al Marriott, y claro, como es de imaginarse, los policías pidiendo DNI en cada esquina. Yo caminaba por José González hacia Larco y en esa misma esquina habían instalado unas rejas de dos metros de alto que cerraban el paso en ambos sentidos de la avenida. El ingresar era una vuelta y media al infierno si uno iba en carro. Así que el espéctaculo de cuerpos semidesnudos, tacones y maquillaje comenzó cuatro cuadras antes de lo previsto. Era tarde, y yo andaba cansado, y el registro de mi mochila por el policía no me entusiasmaba demasiado, así que me distraje en la cola escuchando la conversación que este tuvo con una chica, muy mayor ella, que casualmente «había olvidado el DNI en su casa, pero que su papá se lo traía». El señor policía qué podía hacer ante semejante declaración mas que dejarla pasar. ¿Pero qué más podía hacer, si Natalia -así dijo que se llamaba- prácticamente se sube la falda hasta el ombligo? Faltaba decirle que sus ojos estaban en su cabeza, no dos cuartos más abajo. Todos sabemos adónde iba Natalia, incluso sus papás.
Esta serie de hechos me llevó a pensar que en realidad a nadie le importaba si dejaban pasar a menores de edad a una discoteca, incluso bajo circunstancias inusuales como la visita del presidente de Estados Unidos. Claro, yo no estoy diciendo que no haya transgredido estas reglas en algún momento. Ya, bueno, lo he hecho varias veces, cientos de veces y no me molesta admitirlo pero no hubo nadie que nos dijera, a mí y mis amigos del cole, que no podíamos, que estaba prohibido, que era contra la ley. ¿Por qué en otros países este tipo de reglas tienen mayor impacto y son respetadas, por los mismos que las imponen como por los que deberían estar sometidos a ellas? No resultaría difícil sancionar a estos locales, pero eso les causaría pérdidas monetarias... Un momento, no quisiera ser ligero, pero pareciera que existe una confabulación, una mafia, o un pacto tácito para que todos nos hagamos de la vista gorda frente a esto.
No digo que resulte erróneo ir a divertirse el fin de semana, con los amigos, ser un poco irreverentes y malcriados y pasarla lindo. ¿Pero todos los días de la semana? ¿Es que esta gente tiene tanto tiempo libre, o yo ando muy ocupado? Pero como yo soy otro impío que de vez en cuando cae -o caía- en los mismos lugares, no puedo hacerme el muy asombrado, así que me conformaré con decir que no vi nada, salvo una pequeña brisa por las extremidades de Natalia.
Me parece interesante que alguien se tome el tiempo de analizar con tanta objetividad este asunto de las entradas a discotecas, pero sobretodo de la percepción que uno tiene de tanta gente aparentemente superficial que arma despelote y medio para entrar en las mismas.
ResponderEliminarYa que pareces muy perceptivo ería interesante que escribas un artículo que profundice más la vida social de los "jóvenes" en Lima..temas en relación a la presión social o de grupo, los estereotipos, la suerficialidad y la ´pérdida de identidad.
Rita: Gracias por tu interesante comentario. Tomo nota de tu pedido y espero satisfacerlo en los posts venideros. Síguenos visitando!
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